Cuando una amiga se va…

Mi querida e inolvidable Mary:

Quisiera escribir en estas líneas las palabras precisas que me permitan describir el gran dolor que me deja tu partida. Espero hacerlo en esta carta, quizá la última, la más dolida y la que ciertamente me hace experimentar lo que Alberto Cortez  dice en su canción, que «cuando un amigo se va…. queda un tizón encendido que no se puede apagar«.

Así me siento hoy, con el corazón encogido, con un ardor interno que en momentos aminora, pero en otros se intensifica y es que duele en el alma tu partida, Mary. Quema por dentro el saber que ya no te veré, que ya no te escucharé, que ya no te leeré.

Casi 30 años de amistad dieron para mucho, para conocernos, para caminar juntas compartiendo charlas, alegrías, tristezas, problemas, sueños, ilusiones, desilusiones, amores, desamores, viajes, fiestas, comidas, aventuras y sobre todo momentos de trabajo como reporteras que fuimos en El Norte, allá en Monterrey, donde nos conocimos creo en 1989 o 90, al haber coincidido en el curso de periodismo, que en ese entonces impartía la doctora Gardner y donde después fuimos compañeras de trabajo.

Curso de periodismo en el diario El Norte, Monterrey, 1988.

Te has ido en las primeras horas de un 6 de enero, justo un día después de tu cumpleaños número 52. Te has ido joven, luego de una larga y tremenda batalla contra esa enfermedad que durante 5 años enfrentaste estoicamente como una guerrera y que, pese a todo, no te quitaba fuerza para seguir luchando por tu salud, por tu vida… por David, tu hijo, tu orgullo, tu vida misma.

Cada vez que hablaba contigo o leía tus cartas, tus mensajes, me dejabas muda ante la fortaleza y el valor que demostrabas al hablar de tu enfermedad con naturalidad, consciente de lo que era, pero siempre con la esperanza y la fe de superar el duro trance. Y lo superaste durante el tiempo que la vida te lo permitió, Mary, nunca quejándote ni renegando de tu situación, por el contrario, agradeciendo las etapas que estabas bien luego de las sesiones de quimioterapia, o los pocos y buenos momentos que tu cuerpo experimentaba, luego de recaídas en los últimos meses. Siempre me dejó sin palabras la capacidad increíble que tenías para reconfortarte a ti misma ante la adversidad que vivías.

Dejamos de vernos físicamente hace como 16 años, pero ese tiempo no nos impidió seguir teniendo contacto; el saber la una de la otra para contarnos nuestras cosas, nuestra vida. Tú en Houston, a donde hace años decidiste irte con David, entonces un niño, dejando una vida que hiciste en Monterrey, esa ciudad que tanto querías; y yo en España, esa tierra que a ti tanto te gustaba, porque la viviste y la sentiste cuando estudiaste en Madrid aquel doctorado en periodismo.

Desde entonces tú me escribías cartas a mano en las que me contabas lo que ibas viviendo y descubriendo en este país. Me describías tus andanzas, tus viajes. Me hablabas de su cultura, sus tradiciones y hasta de escritores que te gustaba leer. ¡Cómo olvidar la gran lectora que fuiste! ¡Cómo olvidar que uno de tus favoritos era Miguel Hernández! Me describías un país muy bonito y quizá a ti deba el que yo me haya sentido cada vez más atraída por él, hasta el grado de haberme venido a vivir aquí.

Aún recuerdo un viaje corto que hiciste a Monterrey, no sé por qué motivos. Me mostrabas fotografías de tus viajes por este país, entre ellas ¡las famosas Fallas de Valencia! Quién me iba a decir que años después viviría yo en esta ciudad que tú habías visitado antes. Y aquí precisamente te estuve esperando desde hace tiempo, porque ese era tu sueño, volver a España y visitarme acompañada de tu hijo, para que conociera esta tierra de la que segura estoy le hablaste mucho.

¡No lo conseguimos, Mary, no lo conseguimos… y eso duele! Hoy sólo me queda abrazarte en el tiempo, en los recuerdos, en las lágrimas que inevitablemente me salen cuando mi memoria da marcha atrás y se encuentra con demasiados recuerdos, como aquel viaje que hicimos juntas desde Saltillo hasta Cancún, que nunca olvidaré y que creo reafirmó nuestra amistad.

Aún recuerdo que fuimos a Saltillo a tomar el avión con destino a la ciudad de México. De ahí a la Central de Autobuses del Sur, donde luego de haber comprado un mapa nos sentamos en el suelo y como dos jóvenes con ganas de aventura, decidimos con el dedo la ruta que haríamos.

Fue un viaje con salida y destino definidos, pero con el trayecto decidido hasta que estuvimos en la Central. Así lo habíamos querido…  ¡a la aventura! Nos fuimos en camiones de primera, de segunda, con mochila en nuestras espaldas, conociendo ciudades y pueblos:  Oaxtepec, Cuautla y otros pueblos, en un día o dos y de pronto una noche, disfrutando una fiesta popular, vimos el reloj y salimos corriendo a tomar el autobús que nos llevaría a  Oaxaca.

Paseos por calles, museos y mercados en la ciudad; luego visitas a pueblos alfareros y descanso en playas de Huatulco. «Ricas de día, pero pobres de noche», porque nos quedábamos en hoteles sencillos y baratos. Eso fue lo acordado. Íbamos de aventura, tanto que hasta un leve temblor nos tocó en un pueblo de Oaxaca, cuando almorzábamos en una «fondita». ¡Qué susto nos llevamos!

En Palenque, las pirámides, la comida, la basta naturaleza y los árboles de aguacates a la mano. Tan a gusto que nos comimos algunos, quitando la cáscara y saboreándolos sin pan ni tortilla. Luego nos tiramos a descansar a la sombra de estos, atacadas de la risa, de nuestras ocurrencias, de nuestros días de viaje, sin saber que al día siguiente amaneceríamos con fuertes torcijones.

Nuestra siguiente parada fue en San Cristóbal de las Casas, donde pocos meses antes había estallado el movimiento del EZLN. Cómo disfrutamos ese pueblo, sus calles, su comida, su historia, su Juan Chamula que tanto nos impactó. Ahí nos encontramos a Enrique Martínez, quien andaba cubriendo el conflicto. ¿Recuerdas?

De ahí a Chetumal, donde llegamos de madrugada en medio de una lluvia torrencial, sin saber en qué hotel nos hospedaríamos. Sólo al taxista de la Central de Autobuses que nos llevó se le ocurrió encontrar ese «Sheraton» que ni jabón, ni papel sanitario, ni toallas tenía. ¿Qué esperábamos por aquellos pocos pesos que pagamos? ¡Cuánto nos reímos! Cuidamos nuestro dinero, porque sabíamos que en el destino final, Cancún, gastaríamos en un buen hotel, en excursiones, restaurantes y en tonterías. ¡Hasta nos dimos el gusto de alquilar un coche para recorrer Cozumel!

Este fue para mi, Mary, el mejor viaje que jamás hubiera hecho con una amiga. En casa de mis padres están las fotografías que nos tomamos. Algún día las volveré a ver con el dolor y la alegría que ahora mismo me provocan los recuerdos.

También viene a mi memoria tu trabajo como reportera en la sección Consumidor, con tu entonces jefe, Amaro Campos, con compañeras como Marichú García, Yolanda Barrera, Angélica Ulate y teniendo como «vecino de silla» a Juan Carlos Zamora. Luego pediste tu cambio a la sección de Cultura (o te cambiaron, no recuerdo cómo fue). Cuando mis días de descanso coincidían con tus días de trabajo, a veces te acompañaba a reportear tus eventos. Así es como conocí al escritor Juan Villoro, que tanto te gusta como escribía y que fuiste a cubrirlo durante una conferencia que impartió en Saltillo, como igual sucedió con Carlos Fuentes, en la UANL. Cómo disfrutabas este tipo de eventos, se notaba en lo que vivías, preguntabas y luego escribías. Me gustaba leer tus notas publicadas. Siempre me gustó tu estilo de redactar, siempre.

Me hablabas de tu trabajo, de tus eventos, de lo que cubrías, de lo que como reportera te enterabas. Me contabas también vivencias o anécdotas con tus compañeros: «Herni, Betancourt, Juan, Vicente, Laura, Carlos, Marcela, Dinorah, Malú, Rocío, Pepe, Juan Carlos» y otros más que ahora mismo no recuerdo. Siempre fuiste amigable, profesional, responsable y honesta en tu trabajo. Sencilla y nada protagonista. Nunca te dejaste deslumbrar por las tantas veces que te llevabas las notas de ocho, firmadas con tu nombre, claro, ya fuera en Cultura o en Local, donde si mal no recuerdo también un tiempo formaste parte del equipo de esa sección.

También recuerdo la gran amistad y afecto que tenías con Bety, Rosendo, César, Héctor, Pepe y muchas personas más a quienes segura estoy aportaste mucho y te recordarán como una persona buena y noble.

Fueron unos años muy bonitos los que compartimos en ese periódico. Luego el destino nos separó. Dejé la empresa, Katya llegó a mi vida y me fui a vivir a León. Tu dejaste El Norte, te fuiste a Madrid unos años, entre los cuales volviste a Monterrey para casarte y ahí estuve junto con mi hija, acompañándote en esa fecha especial.

Las cosas no salieron bien y un día decidiste irte a Houston a empezar otra vida. Me contabas de tu situación como inmigrante sin papeles, de lo difícil que era vivir, trabajar, pero aún así te adaptase y aprendiste a llevar la vida norteamericana. No eras complicada, por el contrario, sencilla y adaptable.

Nos brindamos ayuda, apoyo, compañía en muchos momentos de nuestra vida. Fuiste mi hombro cuando muchas veces me caí. Ahí estabas para escucharme, para darme aliento y para apoyarme en lo que fuera necesario. Y ahí estuve, cuando pude, en tus alegrías y tristezas.

Siempre me sentí orgullosa de tu amistad. Te aprecié, te respeté y admiré. Mi familia, ni se diga, te conoció y te apreció, como igual sucedió con la tuya, con tus hermanas Hortensia, Mónica, Dora, Licha, Feli y Juan, que son a quienes más traté y a quienes siempre estuviste muy unida.

Nos acompañamos con palabras y sentimientos cuando las dos perdimos a nuestros padres y la distancia nos impidió estar cerca. En nuestros correos y llamadas desahogábamos nuestro papel de madres en la educación de nuestros respectivos  hijos y nos dábamos aliento, conociendo nuestras propias historias, nuestras circunstancias.

Fuiste un gran apoyo cuando me convertí en madre de Katya. Tú lo sabes bien. Conociste a mi hija a quien le hiciste su primera sesión de fotos en los jardines de la UANL, cerca de Rectoria. Te gustaba la fotografía.

Fue un privilegio contar con tus colaboraciones en el proyecto del blog de Reporteras de Guardia, que tanto te gustaba y el cual me pedías reactivar luego de haberlo parado durante un tiempo. Lo retomaré Mary, tarde pero lo retomaré en tu recuerdo.

Fueron tantas historias las que vivimos juntas y separadas que nadie las borrará; quedarán ahí para siempre. Fuiste mi mejor amiga, la incondicional, la que no volví a ver, pero que un día visitaré en su última morada, para darle las gracias por todo lo que en vida me dio.

Te has ido mi estimada Mary. Te has ido y aunque siento un gran vacío en mi interior, me dejas una memoria y un corazón cargados de gratos recuerdos que un día me gustaría compartirlos con tu hijo David, a quien conocí de bebé cuando tú y Bety me visitaron en León.

A escasos minutos de tu deceso he podido hablar con tu sobrino Efraín, a quien siempre le pedí me mantuviera informada de cualquier suceso inesperado. Fue él quien me lo hizo saber inmediatamente. Hablamos y lloramos… ¡Fíjate nada más, hablé por teléfono con aquel niño que dejé de ver cuando tenía como 7 u 8 años y hoy es un hombre, quien no reparó en llorar conmigo tu partida!

Hablé por teléfono con Licha y Hortensia, tus hermanas incondicionales, siempre cerca de ti en todo momento, como igual lo hizo Feli y Dora, quienes fueron un gran apoyo en tu enfermedad. Lloramos tu partida, como al día siguiente, 7 de enero, lo hice con Bety, quien me llamó desde Monterrey, llena de dolor por la noticia. Tuvo el privilegio de haberte visto meses antes de tu viaje definitivo, cuando fuiste a México para que tu hijo conociera la ciudad. Recordó tantos momentos vividos juntas, como igual me dijo que ese reencuentro lo sintió como una despedida. ¡Me contó que tuviste la ocurrencia de haberte ido en camioneta desde Houston a Monterrey!  Siempre valiente, siempre fuerte, Mary…

¡Nunca te olvidaré, querida amiga, por el contrario, siempre estarás presente en mi vida, en mi corazón!

Descansa en paz… ¡Te quiero!

27 comentarios en “Cuando una amiga se va…”

  1. Margarita, no has perdido el don de la amistad y eso me alegra, tus ramas se doblan, pero no se vencen.
    Qué bonita despedida para una compañera de vida.
    Te seguiré leyendo.

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    • Gracias, Ángel. Qué bonita expresión esa de «tus ramas se doblan, pero no se vencen». Nunca la había escuchado. Y es muy aplicable a los dolores de vida. Gracias!

    • Carmen! Qué gusto leer unas palabras tuyas, aunque sea en estas circunstancias. Tú fuiste compañera de ella en Cultura, creo, no?. Te envío muchos saludos…

  2. Margarita, que linda carta de despedida a tu gran amiga. Me haces llorar. Aunque no estuve cerca de Mary, me duele su partida. No puedo imaginar el dolor que deja en su hino, sus hermanas y amigos cercanos, como tu y Héctor Rosas. Ánimo amigos, Mary sigue con untedes en mil manera. Abrazos.

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    • Gracias, Nora… A mi me deja un gran vacío, pero me quedo con gratos recuerdos de ella. Un abrazo hasta donde te encuentres…

  3. Margarita, de que manera tan hermosa te despides de nuestra amiga Mary Avila, la manera en que expresas tu afecto y admiración, la descripción de las aventuras vividas, logras hacernos sentir tu dolor por su partida, que Dios te de fortaleza y a Él le doy las gracias por haber cruzado nuestros caminos, que estés bien Margarita.

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  4. Gracias por esa remembranza, Margarita. Mary fue mi compañera en Consumidor y nos vimos cuando vino a México. La vi tan radiante y entusiasta que la noticia de su muerte me ha sacudido. Descanse en paz.
    Un abrazo, Margarita.

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    • Hola Marichú. No me acordaba que estuviste en Consumidor. Quizá te vi poco tiempo por ahí, justo cuando yo entré… quizá. Bety me dijo que también la viste cuando estuvo en México. Afortunadas ustedes que la vieron por última vez. Una gran persona, sin duda alguna. Te envío muchos saludos…

  5. Un saludo y abrazos a la distancia, Margarita, y aunque en tiempos no coincidí mucho tiempo con Mary fue el suficiente para darme cuenta del valor de su persona. Gracias por compartir. Descanse en paz.

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  6. Sin palabras y con mucho dolor en mi corazón por su partida. Gracias Margarita por tan bella carta. Mary y yo fuimos compañeras en la facultad. No supe de su enfermedad, ¡me apena muchísimo y también lloro su partida¡

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  7. Margarita:
    Esas palabras tan lindas y perfectas son el mejor homenaje que le puedes hacer a la gran amistad que tenías con Marichuy.
    Nunca dejes de escribir.
    Ojalá el día que me toque partir, alguien dedique unas líneas a mi memoria, como tú lo hiciste en forma tan hermosa esta vez.
    Te envío un fuerte abrazo y muy afectuosos saludos.

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    • Ay, Rosendo, qué bonitas cosas escribiste… Donde mejor perduran los recuerdos es en nuestros corazones, pero escribirlos es una forma que te permite desahogar el dolor y, en cierta manera, reconfortarte a ti mismo de una perdida… Te recuerdo con mucho cariño, ¡cómo no! si me llamabas siempre «prima»… Un fuerte abrazo hasta el bello Monterrrey…

    • Gracias, Cristina! Una sorpresa y un gusto haberme encontrado tu mensaje aquí. Un abrazo hasta donde te encuentres…

  8. Lo leí, no pude evitar las lágrimas, muy bonitas anécdotas que estoy seguro perdurarán por siempre en tu mente.
    Justamente ayer estaba leyendo las conversaciones que tuve con mi tía Mary tiempo atrás y volví a aquél tiempo con una sonrisa «medio triste» después a llorar…
    Así es la vida en ocasiones injusta como lo fué con mi madre y ahora con Mary…
    Te mando un abrazo Margarita
    Saludos desde Houston,

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  9. Muchas gracias Margarita, no tengo palabras para agradecerte este gesto que se nace de tu corazon,
    no puedo evitar la tristeza al recordarla, esas platicas que teniamos llenas de enseñanza,
    solo nos queda recordarla como lo que fue, una hermosa persona en toda la extension de la palabra.

    Un brazo muy grande.

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  10. Gracias a ti por tus palabras, Juan. Mary siempre fue una gran hermana. A todos ustedes los quería mucho y eso siempre lo transmitía. Fue una gran persona, una gran amiga.. Un abrazo…

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