Le encuentro más ‘sabor’ a la muerte en México que en España

Que no se malinterprete el titular de este post cuando digo que “le encuentro más sabor a la muerte en México que en España”.

Con “sabor” quiero decir que, dentro de lo que cabe y pese a que la muerte es una estado terminal que nadie queremos vivir, por el sufrimiento y dolor que trae consigo, creo que la vivo y la enfrento con más valor en mi país, que en el que ahora vivo.

El tema de este post surge a raíz de que hace unas semanas acudí a un funeral, el tercero durante los casi 14 años que llevo viviendo en este país. Y comparto mi experiencia (que quede claro) en base a que soy católica y a lo que he visto aquí… y allá.

Días posteriores al funeral le pregunté a una amiga mexicana que vive acá, si había asistido alguna vez a un sepelio en España. Me dijo que no.

“Pues prepárate porque son impactantes”. Le dije sin dudarlo.

Hablamos un poco del tema, le conté mis experiencias de tres funerales a los que he asistido y al final no dudé en decirle que a mi la muerte me sabe diferente aquí en España. Algo así como que le encuentro “más sabor” en México que acá. Ambas nos reímos.

Quizá le encuentro más “sabor” porque aunque la muerte no sea algo agradable, en México, por cultura o idiosincrasia, la vivimos y la sentimos de una manera más diferente, con una mezcla de sentimientos que lo mismo van del dolor a la aceptación o resignación; del llanto a la risa; del enfado a la alegría; del canto y la música al silencio absoluto y del luto a la peculiar celebración de difuntos con la instalación de altares de muertos.

Y es que ya lo decía Octavio Paz en “El Laberinto de la Soledad”:

“Dicen que a los mexicanos nos encanta hablar de la muerte. Cargamos con nuestra calaverita en el costado izquierdo, hablamos con ella y hasta nos mofamos de ella; la llamamos de mil maneras: la Calaca, la Catrina, la Huesuda, la Parca, la Dientona, la Flaca, la Pálida, la Pelona y hasta la tía de las muchachas y la chingada tienen un referente mortuorio”.

Y es cierto, los mexicanos hablamos de la muerte con más naturalidad, aceptación y hasta ironía; los españoles –me parece- con un grandísimo respeto, de tal forma que hasta evaden hablar de ella. La enfrentan con mucha sobriedad, solemnidad y me atrevo a decir que hasta con mucha frialdad.

Haber acudido a tres sepelios me ha hecho reflexionar mucho sobre la muerte, porque ésta es capaz de llegar cuando menos te lo esperas y en el sitio que menos te lo imaginas. Y viviendo en otro país, lejos de los tuyos, tienes que mentalizarte de otra manera.

Las tres experiencias me dejaron sensaciones raras y escenas muy grabadas en mi mente que me han llevado a la reflexión de que si llego a morir en España, no me gustaría que mi sepelio fuera como los de aquí. Si soy honesta, debo decir que prefiero ser incinerada que sepultada en un nicho. Tontería quizá, porque una vez muerta, nada se siente ya, pero por decirlo… ¡quiero decirlo!

Un ‘gusto raro’

Lo que sí me interesa aclarar, hablando de muerte y funerales, es que tengo un “gusto raro”: me gusta conocer cementerios, visitarlos sola o acompañada, sin que me dé miedo o reparo. Encuentro en ellos no sólo el sitio donde descansan eternamente los difuntos, sino un lugar que guarda historias interesantes de personas, en un entorno que refleja una arquitectura y hasta un arte muy especial.

Inscripción en la lápida de un nichoNo me da miedo recorrer los pasillos, leyendo inscripciones o dedicatorias en las lápidas de las tumbas, porque aunque a veces causa escalofrío leerlas, no deja de ser interesante descubrirlas. Hay epitafios que impactan, que sorprenden y hasta que despiertan ternura por las palabras escritas. También hay otros que duelen.

Dicho esto, sé que sorprenderá mi gusto por los cementerios y mi resistencia a los funerales en este país. Y no lo puedo evitar, pero así es.

Y no me gustan por lo siguiente: por la forma cómo exponen al muerto en la sala de velación y porque hoy en día muchos cementerios, ante la falta de terrenos, son bloques con nichos más que de tumbas.

Personalmente en mi país nunca conocí un cementerio con nichos (que quizá los hay, pero nunca asistí a uno de este tipo), dado que la mayoría, conocidos como “panteones”, están en amplias extensiones de tierra con espacio suficiente para colocar tumbas a lo largo de ésta.

La primera vez…

El primer funeral al que asistí fue más que suficiente para impactarme, porque no esperaba que fuera así. Fue el del padre de un amigo. Ahí me enteré que a las funerarias les llaman “tanatorios”.

Recuerdo que entré a la sala de velación, caminando detrás de mi amigo, a quien se le había muerto su padre. No había nadie aún, pues era de noche y acababan de llevar el cuerpo a ese sitio.

Él se encaminó a una especie de rincón de la sala. Yo sólo lo seguí. De pronto se paró en seco y se quedó viendo. Yo me acerqué y, para mi sorpresa, me encontré con que en ese “rincón” había un pequeño cuarto con una enorme cristal, en forma de ventana, tras la cual estaba el difunto en un ataúd con la tapa abierta, dejando a la vista de todos el cuerpo completo.

¡Ufff! No me esperaba encontrarme algo así. Es ahí cuando me di cuenta de la diferencia en cómo velan a los difuntos por acá (al menos en Valencia, pues desconozco en el resto del país).

Yo sólo le dije “me hubieras dicho cómo era esto. No me lo esperaba así”.

Me preguntó cómo eran en mi país, y le dije que el ataúd se pone en la misma sala y se abre sólo media tapa y tras un cristal se puede ver sólo el rostro del difunto, no el cuerpo completo. Y si los asistentes quieren, se acercan a verlo por última vez. O muchas veces por el morbo de ver cómo quedó el muerto. ¡Es la verdad!

Al día siguiente acudí de nuevo al tanatorio vestida de negro, por respeto y porque considero que es una forma de expresar el duelo.

De nuevo me sorprendí cuando en el transcurso de las horas veía que la gente llegaba vestida de todos colores, menos de negro. Expresaban sus condolencias a los familiares en la sala de velación y se salían luego a los pasillos donde no paraban de hablar y hablar. Lo mismo sucede en México, lo sé.

Pero aún así, me parecía raro que pasaba el tiempo y no se escuchaba el rezo de un rosario o algunas oraciones, como los funerales en mi tierra. Sabía yo que el difunto era católico, creyente, por eso me extrañaba que no se hiciera alguna oración.

Mi curiosidad me llevó a preguntar de manera discreta a un familiar si le rezarían un rosario. Y digo rosario porque en mi tierra se reza esto, aunque a veces son más de uno, debido a que cuando llega gente a dar el pésame, no falta alguien que se ofrece a rezar alguno, sumando al final muchos.

Mi sorpresa fue mayor cuando me dijo que “no, que cada quien en su casa podía rezarle algo”. “¡Vaya!”, pensé dudando que así fuera.

Sabiendo esto me quedé callada y entendí las diferencias. En ese momento es cuando por vez primera experimenté eso de que “la muerte me sabe mejor en mi tierra que aquí”.

Estar velando a una persona, que yo sabía era católica y no rezarle ni siquiera un Padre Nuestro entre todos los asistentes, a mi me pareció tan raro como doloroso, sin embargo es una costumbre que entendí y respeto.

Más tarde llegó la hora de la misa y luego el entierro. Seriedad y sobriedad de la mano.

Bloques de nichos en cementeriosLlegar al cementerio y descubrir que se integran en bloques de nichos de cinco pisos de altura; ver luego cómo ponen el ataúd sobre un andamio y cómo un hombre parado al lado de éste va subiendo con la estructura para meterlo luego en el nicho y empezar a poner después una plancha de cemento, en un absoluto silencio en el que dolientes y acompañantes centraban su mirada a lo alto, observando cómo el hombre hacía todo, fue algo que me estremeció mucho.

En otro funeral de la mamá de una amiga, en la capilla, momentos antes de la ceremonia religiosa, me sorprendió ver que el sacerdote se acercó a los hijos de la difunta para preguntarles que querían “misa o responso” y les explicó en qué consistía cada uno y el tiempo que duraba.

Me sorprendió escuchar esto, dado que estaba al lado de ellos. Sentí como si el sacerdote les estuviera vendiendo algo. A ver qué les “apetecía”.  Finalmente se inclinaron por la misa.

Esta situación me hizo reflexionar que la Iglesia, en España (como seguro sucede en otros países), se ha tenido que adaptar a la forma cómo viven sus creencias las personas católicas, pues con tantos desmanes que ha hecho la Iglesia, mucha gente se ha retirado de ésta.

En el cementerio, ni se diga, igual que el primer entierro que presencié. Un silencio propio del momento, lágrimas ausentes y todos observando al hombre que mete el ataúd y pone la plancha de cemento. Al final, los asistentes se acercaron a los hijos para reiterar su pésame y despedirse.

Esta vez se me ocurrió preguntar a mi amiga si no dirían algunas palabras de agradecimiento a los asistentes y su respuesta de “aquí no se acostumbra eso” me hizo sólo responder: “ah, vale, no sabía”…

De triduos de misas posteriores al entierro, como lo hacen algunas familias en mi país, o la tradición del novenario de rosarios… ¡ni hablar!… Ni me enteré ni pregunté si se hacen o no estos actos, porque pensé que si no se acostumbra hacerle ni una oración en el velatorio, menos harían algo así.

Yo recuerdo entierros en México en los que la gente llora, se abraza, se muestra más cercana en momentos difíciles y luego, en el novenario de rosarios, que suelen hacerse en la casa del difunto (sobre todo en pueblos), al terminarlo se comparte una merienda y hasta unos momentos de convivencia, de charla, en la que los invitados hablan de muchas cosas, incluso del difunto de quien recuerdan anécdotas o su forma de ser.

Pero bueno, son recuerdos y costumbres de pueblos que seguramente en las ciudades también se han ido dejando a un lado.

Costumbres más, costumbres menos, cada cultura tiene lo suyo, hasta la forma cómo vive y se enfrenta la muerte. Lo cierto es que si el mexicano se ríe de la muerte, el español la mira con respeto… ¡con absoluto respeto! Yo, por lo pronto, sigo sintiendo que la muerte me sabe mejor en mi país que aquí.

6 comentarios en “Le encuentro más ‘sabor’ a la muerte en México que en España”

  1. Wuao que forma tan distinta de lidiar con un fallecido, cuando acá en México todavía se acostumbra acompañar en procesión (caminando) desde la iglesia hasta el cementerio, todo esto acompañado de música de mariachis o tambora para que el difunto no se vaya triste.

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  2. Muy interesante, Margarita. Y hay una cosa que creo que te puedo aclarar: el por qué de los nichos. En España andamos justos de espacio, no como en la inmensa América. Por otra parte, a mí también me llaman la atención algunas cosas que dices. Por ejemplo, excepto a mi padre, al que abracé ya muerto en el hospital, siempre he rechazado la invitación a ver a alguien de «cuerpo presente», prefiero quedarme con el recuerdo de su sonrisa. Yo soy de esas que habla y ríe recordando buenos momentos con la persona que se ha ido, aunque a la vez me salten las lágrimas. Al final un funeral es el encuentro de personas próximas entre sí, aunque normalmente no coincidan en el día a día. Siento que esa persona aún está ahí y también puede sentirnos. Con respecto a rezar, si surge acompaño, pero prefiero orar en mi mente. Es más, soy seguidora de una costumbre gallega: siempre que veo un cementerio, por lejos que esté, rezo un padrenuestro por el alma más necesitada del lugar. Si te parece, la próxima vez que nos veamos charlamos del tema, pero, para que no se me olvide, un apunte: los cementerios del Camino de Santiago. Los de las aldeas que atraviesa me resultaron especialmente llamativos, todos distintos.

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  3. Muy instructivo tu artículo, Margarita. Nos aporta mucho ese punto de vista diferente. Respecto a la curiosidad por visitar cementerios, la comparto plenamente contigo y trato de recorrerlos en las ciudades y, sobre todo, en pueblos rurales, pequeños. También resultan muy interesantes los que están en numerosos pueblecitos del Reino Unido o incluso de Francia, rodeando la iglesia local. En Francia, cerca de Angouleme, logré visitar un cementerio abandonado con siete tumbas de caballeros templarios, con su correspondiente ornamentación y símbolos. En México, tu país, entré el cementerio de San Juan Chamula, en Chiapas (vaya iglesia y vaya tradiciones impactantes para los foráneos). Lo recuerdo por su colorido y algunos perros que hacían agujeros entre las tumbas. Sí, con tu explicación queda claro que nuestros entierros son más fríos, más silenciosos. Supongo que se trata de una expresión más de nuestra manera de ser. O de cómo abordamos un tema que intentamos evitar

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