¡El pasado viernes 29 me sentí profesionalmente frustrada! ¡Perdí una buena oportunidad! Fui a la apertura de una exposición sobre Picasso (¡el gran Picasso!) y Camilo José Cela (¡Académico de la Real Academia Española, Premio Príncipe de Asturias de las Letras y Premio Nobel de Literatura, entre otros premios!) en el Museo de Bellas Artes de Valencia, titulada «Picasso – Cela. Dibujos, escritos y cerámicas«.
Pensé que sería una inauguración en forma, pues nunca antes había asistido el día en que abren una exposición en un museo valenciano, sino que iba algún día posterior para ver la muestra con más tranquilidad. Raro me pareció leer en algún diario la información sobre la exposición con la palabra de «apertura» tal fecha a tal hora.
¿»Apertura»? Luego entendí eso. Esperaba yo una inauguración -no tipo el Museo Marco, en Monterrey, que suelen ser concurridas y «rimbombantes»- pero sí algo más en forma. ¡Éramos unas 25 personas de público y ya me parece grande decir este número! Desconozco si esta ciudad los museos hacen inauguraciones de exposiciones con bombo y platillo, pero mucho me temo que no.
Sorpresas
En fin, que esta fue mi primera sorpresa: poca gente. Luego el comisario de la exposición, Juan G. Sandoval, acompañado de dos señores mayores, dio la bienvenida y explicó algo sobre la muestra, mientras que la directora estaba entre el público. ¡Curioso que no estuviera al frente de todos!
La segunda sorpresa vino, no sólo para mi sino para los mismos asistentes, cuando Sandoval presentó a los dos señores como Jorge Cela y Camilo José Cela, hermano e hijo único del escritor, lo cual no había sido anunciado en los medios. Muy bajito se escuchó una exclamación de sorpresa entre algunas personas del público.
Sandoval les cedió la palabra. Cada uno habló brevemente sobre Cela como escritor; la gran amistad que existió entre ambos artistas; las cartas que intercambiaron, incluso con las esposas de ambos, Jacqueline y Charo, y el trabajo colaborativo que como pintor y escritor hicieron en vida. Luego nos invitaron a conocer la muestra y hasta aquí «lo oficial».
Mi frustración profesional vino cuando se me despertó esa responsabilidad periodística que sentía cuando trabajaba en medios de comunicación, de que tenía que entrevistarlos. ¡Eran el hermano y el hijo de un Premio Nobel como Cela y no debía perder la oportunidad!
«Mínimo debía entrevistarlos para mi blog«, me dije. Pero me ganó la honestidad conmigo misma y con la profesión: nunca he leído a Cela y lo que llegué a saber de él, fue por Betty de León, una amiga y ex jefa mía en el periódico El Norte, quien lo había leído mucho, era una gran admiradora de su obra y de vez en vez me contaba cosas de él, como que era un hombre muy particular, de carácter fuerte y me compartía ciertas pinceladas de obras como «La Familia de Pascual Duarte» y «La Colmena«. Esto no era suficiente material como para lanzarme a que el hermano y el hijo me hablaran del escritor (creo yo).
No me animé a entrevistarlos. No quise evidenciar mi desconocimiento sobre el escritor en una entrevista. ¡Sé que perdí una gran oportunidad, pero preferí ser honesta antes que hacer el ridículo! Sólo me acerqué al hijo, Camilo José, quien teniendo como fondo una fotografía de Picasso y Cela, le explicaba a un invitado algo sobre la misma.
Escuché la anécdota que compartió y al final sólo le pregunté qué edad tenía él cuando Picasso murió. Me dijo que no recordaba, pero que en persona él nunca conoció al pintor y que cuando el artista llegó a visitar su casa, él tenía vacaciones y prefirió irse a Mallorca. «¡Tonterías de adolescente», expresó, «yo qué iba a saber quién era ese Picasso» (sonrisas).
«Bueno», me dije a mi misma luego de esa respuesta, «él, que no conoció al gran Picasso por desconocimiento, perdió la oportunidad, y yo, que no lo entrevisto por desconocer la vida y obra de su padre, también pierdo la oportunidad«… ¡Vaya suerte! (sonrisas).
Conclusión. Este suceso tiene ahora un deber: leer tanto la biografía de Camilo José Cela, como empezar con alguno de sus libros.
Margara siempre un placer leerte!
Clarito se ve la falta de promoción y relaciones públicas porque el evento y las personalidades merecían una inauguración abarrotada! En fin
Honesto de tu parte NO hacer entrevista cuando NO se conoce ….abrazooooo
No se olvide que a la guerra siempre hay que llevar el arma preparada!
Conozco esa sensación. Y me hubiera pasado lo mismo. Sin embargo, visto desde fuera, se me ocurre que podrías haber planteado una entrevista más de andar por casa, con un público objetivo distinto al especializado. Porque, ¿y si le formulas las preguntas que le haría cualquier persona? Una entrevista más humana, a un testigo privilegiado de una época, en contacto íntimo con personajes que han pasado a la historia… no sé, es hablar por hablar. Porque, ya te digo, estoy segura de que yo tampoco me habría lanzado. Pero si te vuelve a ocurrir o me pasa a mí, ahí queda la idea.
Uno como lector siembre agradecerá la honestidad del periodista, ya verás que se te presentará una nueva oportunidad y más si sigues teniendo ese quehacer periodístico vigente. Felicidades y saludos Margarita.
Sabrosa manera de compartirnos tu experiencia Mago! Coincido con otro de los comentarios ya hechos, tal vez la difusión completa del evento te hubiera permitido llegar con todo el panorama, pues no creo que los hayan invitado de último momento. Un abrazo y que vengan más oportunidades para leerte.
Mague,
En tu nota captas exactamente la frustración en la que muchos periodistas han estado alguna vez; se identifican con ella y la narras además, de una manera entretenida y con humor. Excelente.
Desde luego perdiste la oportunidad de hacer el ridículo querida Mague, así que enhorabuena! Siempre es bueno reconocer los propios límites, eso nos hace crecer. Ser honesto en lo personal y en lo profesional es un activo muy valioso y ciertamente tú lo has acrecentado. Además, tampoco desaprovechaste del todo el evento: te sirvió para escribir esta entretenida entrada en tu blog. Por lo demás, sí que resulta curioso que la presencia de dos personas tan relevantes en la vida de uno de los homenajeados hayan pasado tan inadvertidas.